de Verónica Fulco
Hace un tiempo unx amigx me dijo “hay que ser más amiga de las amantes y más amante de las amigas”. No sé si la frase le pertenecía o si es de alguien más, pero me quedó resonando fuertemente.
Sobre todo porque encajaba bien en el berenjenal de preguntas que venía haciéndome sobre los vínculos afectivos. Por ejemplo, me había estado preguntando qué significaba exactamente la amistad, quiénes eran mis amigxs, por qué había gente que yo sentía amiga y que probablemente no se sintiera así o, a la inversa, por qué había gente que decía serlo y yo no lo percibía de ese modo. Me preguntaba también si la amistad nos salvaba de sentirnos a veces existencialmente solas y si de las amistades esperamos menos, más o diferente que de otras relaciones, como de lxs parientes o de los vínculos sexo-afectivos.
Por esos días, tuve la idea de sacudir algunas creencias, como la de que hay ciertas prácticas reservadas solo a algunos tipos de relación (al menos en la adultez) como hacer pijamadas, dormir en cucharita o andar por la calle tomadas de la mano. Y me pareció muy liberador descubrir que no tenía por qué ser así… ¿Había no obstante tabúes, fronteras, que no debían atravesarse? ¿Habían lugares que, de habitarse, transformarían la naturaleza de la relación en otra cosa, distinta de una amistad? ¿No hay acaso amistades que son otra cosa, que son “hermanas”, que son “familia”?
Sigo reflexionando y tomo conciencia de que una vez un distanciamiento con una amiga me generó un duelo y un dolor similar o mayor al que he sentido ante una ruptura amorosa. Y es que claro, también se trata de una ruptura amorosa. Sin embargo, solemos jerarquizar nuestros vínculos. Diferenciarlos. Una cosa son las amigas. Otra cosa, las relaciones sexo-afectivas en general, y sobre todo si son estables y/o entran en el formato de “pareja” (que me inquieta un montón poder definir porque lo siento como una Cajita Feliz de McDonalds) o de sus equivalentes poliamorosos. No me voy a detener aquí a pensar lo que supone que tu amiga se desaparezca cuando empieza una relación con alguien o que no nos podamos ver más a solas. Tampoco la cara inversa: que tus amigas no pregunten más por vos sino por “ustedes”, que las invitaciones las cursen en plural y que a veces le llegue antes a alguno de tus vínculos sexo-afectivos que a vos misma, dando por sentado que somos una especie de ser complejo en el que no se puede pensar a la una sin la otra. No voy a detenerme tampoco a pensar en la falta de momentos de estar con una misma por estar enamorada o garchando un montón con alguien. Tampoco me voy a detener en el hecho de que nos falten palabras para nombrar ese tipo de vínculos, o nos sobren: ¿Pareja/Trieja? ¿Novia/s? ¿Garche/s? ¿Amante/s? ¿Relación/es sexo-afectiva/s? ¿Amiga/s? ¿Compañera/s? ¿Relaciones “amorosas”? ¿”Romances”? ¿Personas de las que estás “enamorada”?
Me interesa pensar otros horizontes afectivos, más de manada, de tribu… ¿Hasta dónde las redes afectivas son fundamentales para la propia existencia? ¿Hasta dónde es deseable y posible la autonomía personal? ¿Por qué la mayoría proyectamos un futuro solas o en pareja pero pocas veces en comunidad?
Pienso que con mis amigas suelo tener vínculos más honestos, más simples, más flexibles. Y que la red de amigas abarca también a mis ex, porque he aprendido que el amor se transforma. De hecho, como a muchas, decir “ex” me suena ridículo porque son personas importantes en mi existencia presente y, espero, también en mi vida futura. ¿Por qué el hecho de que no funcione una forma vincular va a hacer que no pueda disfrutar de ese ser en el mundo, o que deje de importarme si está bien o no? ¿Por qué debería bloquearla en mi celular y en mis redes sociales y no hablar de ella con mis vínculos actuales?
Pienso que la red de la que hablo es casi como una red de ésas que usan lxs acróbatas por si caen, que está ahí para sostenerte, para darte seguridad, para que puedas columpiarte sola incluso, pero que a diferencia de aquella no está ahí sin que hagamos algo para que esté ahí. La red afectiva se construye, se crea y se sostiene a conciencia; en principio trabajando sobre una misma, sobre las representaciones e imaginarios que tenemos sobre la amistad, sobre los modelos que hemos tenido, sobre nuestra relación con cada una de las personas de nuestro entorno, sobre la bidireccionalidad en cada uno de esos vínculos: ¿Somos personas dispuestas a dar? ¿Somos personas dispuestas a recibir?
Personalmente, este entramado me resulta vital; una cuestión de derechos, diría. Y sin embargo, no nos viene garantizado.
Me pregunto si no es justamente la manadita la que te da un piso para la libertad de construir vínculos sexo-afectivos más saludables, por ejemplo. O si no es demasiado alto el costo de no tener la urdimbre que nos permita desarrollar la trama: porque el costo puede ser la dependencia emocional y el vacío subsecuente; o la soledad existencial. Y es un costo muy alto el de hacerse cargo absolutamente sola de todas los desafíos y responsabilidades que la vida supone.
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